* A más de 400 kilómetros de aquí, en el bullicioso del mercado de La Puntilla, en Tampico, Tamaulipas, el mar guarda secretos que solo los pescadores más viejos saben descifrar.
Xalapa, Ver.- Ahí, entre el pescado fresco, todavía se habla del flandee, también llamado lenguado o "medio pez", y del misterioso pez piedra, un tesoro raro que pocos saben reconocer.
El pez piedra es un desafío para el paladar y para las manos que lo trabajan.
Su carne es dura, por eso debe servirse en filete, cortado finamente para no quedar demasiado grueso. Y, aunque para los ojos inexpertos puede pasar por la costosa negrilla, los que conocen saben que su precio es otro: mientras el kilo de negrilla alcanza hasta 250 pesos o más en filete, el pez piedra se ofrece a 120 o 130 pesos, aunque si el cliente no sabe distinguir, puede pagar de más sin saberlo.
Cuando aparece un pez piedra de más de un kilo, prefiere guardarlo en casa, como un pequeño triunfo. Son joyas raras: hacía más de dos años que no salía uno en los costales de pescado que compran cada semana, cargados con 40 kilos de especies como ronco, trucha o lenguado. De entre todos esos, apenas suelen encontrarse de 10 a 15 piezas de pez piedra, pero esta vez, solo hubo uno.
Muchos clientes ni siquiera han oído hablar de este pez. Al igual que el lenguado, que a veces su carne se confunde con guachinango, róbalo o lobina. Antes se vendía en 120 pesos el kilo, pero hoy, ante la poca demanda, se ofrece en 100. La trucha de laguna, fresca del día, aún conserva su precio de 120 pesos.
Cada pescado, cada filete, lleva historias de heridas.
Aunque el pez piedra ya muerto no contiene veneno en sus espinas, su cuerpo cubierto de una resbaladiza baba puede causar accidentes: un mal movimiento, una caída en las manos, y una espina puede clavarse dolorosamente. "Ya sin vida no es tóxico, pero si estuviera vivo, el piquete podría provocar fiebre y dolor intenso, lo mismo sucede con el bagre", explicó el locatario del mercado.
Los viejos conocen los trucos para soportar el dolor: golpean rápido la zona con una tabla o el mango de un cuchillo. Un reflejo aprendiendo a fuerza de repetidos accidentes. A esto se suman los cortes de los filosos cuchillos que usan a diario.
Algunos han perdido dedos, manos… pero aún con guantes, siguen trabajando, porque detenerse no es una opción.
En este mundo de escamas y sangre, las heridas ya son parte del oficio. No hay quejas. Solo miradas firmes, manos endurecidas y una voluntad inquebrantable.
La "Pescadería El Orejas" guarda la historia de toda una vida: un hombre que comenzó a los 14 años, y que hoy, a sus 70, sigue en pie junto a su hijo, mientras su nieto se une en las vacaciones.
Ellos crecieron vieron La Puntilla: cuando en 1969 eran apenas lonas y palos improvisados y en 2023 comenzó una nueva etapa con la modernización del mercado.
Hubo tiempos mejores, cuando en Semana Santa fileteaban hasta 500 kilos de pescado al día, sin descansar ni de noche. Hoy, en los días buenos, apenas se alcanzan los 100 kilos. La competencia en redes sociales, la diversidad de religiones que han cambiado las costumbres de Cuaresma, y los puestos improvisados en las afueras, han ido vaciando los pasillos del mercado.
Hoy, son 48 socios los que resisten dentro, mientras afuera cada vez llegan más vendedores ambulantes.
En medio de todo, también llegan hazañas memorables. Como la vez que, desde una pequeña embarcación, trajeron un tiburón de 200 kilos. De su hígado, extrajeron más de 40 litros de aceite, ese remedio casero que aún se usa para aliviar pulmones enfermos o calmar la bronquitis.
Para obtener apenas un litro de este aceite, se necesitan varios tiburones. Aquí, lo hacen a la antigua: artesanalmente. Se bebe una cucharada sopera para los adultos, una pequeña para los niños. Sabor amargo, pero medicina de generaciones.
A pesar de todo, la invitación sigue abierta. Los precios se mantienen bajos, el pescado llega fresco cada día, y las manos curtidas siguen fileteando, trabajando y soñando.
Porque más allá del riesgo, de las heridas y de los cambios del tiempo, La Puntilla sigue viva, latiendo al ritmo de las olas y del corazón de sus pescadores.
Por: Adrián Hernández