En los últimos meses, distintos sectores políticos y sociales en México han impulsado la prohibición de los corridos tumbados, un subgénero musical que ha ganado popularidad entre los jóvenes y que combina elementos del regional mexicano con letras que, en muchos casos, hacen referencia a la vida callejera, el lujo, el poder y, sí, también al crimen organizado

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Xalapa, Ver. - Censurar canciones no eliminará los problemas sociales que las inspiran. Al contrario, es una forma peligrosa de silenciar realidades incómodas. La solución no está en prohibir, sino en educar, abrir espacios culturales y atender las causas profundas de la violencia.

La libertad de expresión es un derecho. Hoy son los corridos tumbados, mañana puede ser cualquier voz.

Quienes impulsan su censura argumentan que estas canciones “hacen apología del delito” y que incitan a la violencia. Sin embargo, prohibir este tipo de expresión artística es una medida superficial que no ataca las verdaderas raíces del problema. La música no genera violencia: la refleja.

Los corridos tumbados son, nos guste o no, un espejo de la realidad mexicana. Muestran la frustración, la desigualdad, la falta de oportunidades y la fascinación por un poder que muchos jóvenes sienten como la única vía de escape de su entorno. Criminalizar la música es, en el fondo, criminalizar la experiencia de miles de personas que viven en contextos de violencia estructural.

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Prohibir un género musical por su contenido es una forma moderna de censura. ¿Vamos a prohibir también las películas que retratan al narcotráfico? ¿Los libros que exploran la violencia? ¿Las series de televisión que dramatizan estos mundos?

Lo que necesitamos es fomentar el pensamiento crítico, no imponer el silencio. Los corridos tumbados no nacieron en un vacío. Son producto de contextos marcados por la desigualdad, la violencia, la falta de oportunidades y la desconfianza hacia las instituciones. Ignorar eso es ignorar a una generación que grita a través de la música lo que muchos prefieren no ver.

Porque cuando un gobierno prefiere silenciar a sus jóvenes en lugar de escucharlos, el problema no es la música. El problema es el gobierno.

Por: Antonio Almendra.