Por: E.Z  

Durante años, la música ha sido un espejo del tiempo, una expresión de la identidad , las emociones y la lucha de la sociedad. Sin embargo, en la actualidad, la música enfrenta una paradoja: nunca antes había sido tan accesible, tan diversa y tan cuestionable en términos de profundidad, originalidad y propósito.  

Con el auge de las plataformas digitales y las redes sociales, la música se ha democratizado pues cualquier persona con un teléfono y conexión a internet puede grabar una canción y lanzarla al mundo. Este suceso ha permitido que talentos emergentes de varios rincones del mundo tengan voz, lo cual, sin duda es un avance extraordinario. 

Pero esta inmediatez también ha traído consecuencias negativas. La velocidad con la que se consumen canciones hoy en día ha transformando la música en un producto efímero, pensado más para viralizarse en Tik Tok o acompañar un “reel” para perdurar en el medio artístico. Muchas producciones musicales parecen ser diseñadas para cumplir algoritmos más que para conmover o provocar reflexión.  

El contenido lírico, en muchos casos ha sufrido un empobrecimiento notorio. La banalización de temas profundos y la repetición de letras vacías nos invitan a preguntarnos: ¿estamos escuchando por placer o por costumbre? ¿Estamos conectando realmente realmente con la música o solo nos dejamos arrastrar por una corriente de estímulos?. 

En cuanto al término “artista” considero que es un nombramiento que también ha perdido valor pues ahora resulta que cualquier persona que escriba “canciones” sobre sexo y alcohol ya se considera “compositor” como es el caso de Yeri Mua, Dani Flow, Sad Goldo o Bellakath.  

Esto no quiere decir que todo lo actual carezca de valor. Artistas comprometidos, géneros emergentes y fusiones culturales continúan surgiendo, desafiando las normas y abriendo nuevas rutas creativas como Dani Labbé, Mario Girón o Deepsy.  

Todo esto nos lleva a reflexionar ¿Qué es lo que estamos consumiendo?. 

Necesitamos volver a preguntarnos qué lugar ocupa la música en nuestras vidas ¿es solo un fondo sonoro en nuestra rutina diaria? O sigue siendo un arte que emociona, transforma y une.