Por: Shanté Falcón


Desde el 13 de octubre, los pasillos de la Universidad UDAL comenzaron a llenarse no solo de estudiantes, sino de cajas, bolsas y latas que representaban algo más que objetos: unión. La colecta de víveres para apoyar a las comunidades afectadas por las inundaciones en Veracruz tomó fuerza gracias a la iniciativa de alumnos, administrativos y directivos.

Los maestros Lic. Roberto Botello, Lic. Misraim Ambell, Lic. Uliser Vecino y Lic. Eduardo Domínguez fueron clave para que más grupos se sumaran. Gracias a ellos, una camioneta con batea repleta de donaciones se convirtió en una de las 13 que partirían hacia Poza Rica y Álamo, zonas gravemente dañas.

El 16 de octubre salimos rumbo a Veracruz, donde la caravana se reuniría al día siguiente. Desde muy temprano, a las siete de la mañana, estábamos en la agencia GWM. El grupo Ferrera nos ofreció los vehículos y la coordinación logística junto a Rally Up1, quienes también unieron esfuerzos en esta cruzada solidaria.

A las ocho en punto, con la camioneta y un remolque cargados hasta el tope, emprendimos el viaje. El peso dificultaba cada curva y cada subida. Éramos 13 camionetas y alrededor de 20 personas, enlazadas por radios que nos mantenían comunicados como si fuéramos una sola unidad.

Pero no todo fue sencillo. En medio del trayecto, una camioneta se desvió y fue impactada por un tráiler. La caravana se detuvo. El silencio pesó hasta que supimos que no había heridos graves. Solo entonces continuamos, con el susto atorado en la garganta.

Las casetas, al reconocer la causa, no cobraban peaje. Bastaba con ver la carga para tomaran fotos de las placas y los víveres como registro. Las carreteras empinadas y deterioradas se volvían cada kilómetro más pesadas. En una subida, un tirón brusco nos jaló hacia atrás. Por un segundo, pensamos en lo peor. Pero seguimos.

A la una de la tarde, Poza Rica nos recibió con una escena que ninguna pantalla puede transmitir: polvo, lodo, autos varados, vidrios rotos, olor a agua estancada y drenaje. Cada calle contaba una historia. Muebles mojados, ropa extendida al sol y pedazos de vida deshechos.




Tuvimos que rodear calles cerradas por limpieza hasta hallar un punto donde la ayuda era urgente. Con un megáfono en mano, anunciamos la entrega de víveres. Lo que siguió fueron: gritos, empujones y desesperación. La necesidad era palpable. Poco a poco, con organización y paciencia, logramos formar una fila para comenzar a entrega. 

Éramos cuatro en la camioneta :Uno mantenía el orden, Dos repartían las despensas, Y yo me subí al remolque para sacar artículos de limpieza, mientras ayudaba en todo lo que podía.

Hubo incluso un momento de risa: al jalar una escoba atorada, salí disparada y caí sobre ropa donada. Entre tanto lodo y cansancio, esa carcajada fue un respiro.

También me tocó repartir alimento para perros y gatos. Cada bolsa que entregaba iba acompañada de un recordatorio: “Piensen también en los animales de la calle”. Una perrita flaca, cubierta de lodo, se acercó. Tenía hambre, miedo y, aun así, amamantaba. Le dimos de comer. Su mirada valía más que mil palabras.

Las marcas en las paredes mostraban hasta dónde llegó el agua. Las familias no solo pedían comida: pedían ropa limpia, cloro, jabón, querían recuperar su hogar, no solo sobrevivir. Algunos exigían con enojo, otros callaban con tristeza. Lo que predominaba era la mirada cansada de quienes han perdido demasiado.

El calor, el olor penetrante y la jornada se hicieron sentir. Algunos compañeros comenzaron a marearse por el agotamiento, pero seguimos hasta casi las cinco de la tarde. Fuimos los últimos en terminar la entrega.

Ya entrada la noche, dos camionetas nos escoltaron de regreso porque el remolque no tenía luces. Esta vez, las casetas sí cobraron. En Veracruz el grupo se disperso, tomé un autobús de regreso a Xalapa, con el cuerpo exhausto, pero con el corazón lleno.

No fue solo una colecta. Fue una lección de humanidad. Las redes sociales jamás podrán mostrar la magnitud del dolor ni la fuerza de quienes se levantan entre el lodo.

Si piensan donar, prioriza artículos de limpieza e higiene personal. El hambre se aguanta un poco, pero al lodo no se le ve fin.