Néstor Vázquez Pineda

Ser estudiante en México no es solo cumplir tareas y presentar exámenes. Es resistir al cansancio, al transporte caro, a las aulas sin ventilación, a los maestros sin vocación, a la inseguridad al salir de clases, a la ansiedad de no saber si todo ese esfuerzo servirá para algo.

Mientras muchos piensan que “estudiar es un privilegio”, la realidad es que para miles de jóvenes es una batalla diaria. Según el INEGI, más de 3.6 millones de estudiantes dejaron la escuela en 2023, la mayoría por falta de dinero, necesidad de trabajar o por inseguridad. ¿Eso es un privilegio?

En muchas escuelas públicas no hay baños limpios, no hay luz, no hay equipo suficiente para todos. Y aun así, se espera que rindamos igual o mejor que quienes sí tienen acceso a condiciones dignas. ¿Dónde queda la igualdad?

A eso súmale el estrés. La Encuesta Nacional de Bienestar Autorreportado reveló que seis de cada diez jóvenes sienten ansiedad o tristeza con frecuencia, y muchos no tienen acceso a atención psicológica en sus escuelas. ¿Cómo se puede aprender bien cuando uno apenas está sobreviviendo?

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Ser estudiante en México es ser fuerte todos los días. Es estudiar con hambre, con miedo, con dudas, pero sin perder la esperanza de tener un futuro mejor. Y eso no debería ser una carga individual, sino una responsabilidad del Estado. Porque no estamos pidiendo lujos. Solo pedimos una educación digna y un poco de paz.